LECCIONES DESDE EL SILENCIO
Vata es el dosha que rige el viento y el espacio en el cuerpo. El espacio es el vehículo de la vibración, y la vibración es emoción transformada en sonido. Cada palabra que pronunciamos nace de emociones que viajan como vibraciones hacia los oídos de otros. Por eso la música tiene el poder de conmovernos.
Vata representa el movimiento y la evolución. Es la fuerza detrás de cada decisión, de cada paso que damos. Sin Vata no hay vida, ni espacio para nada.
Los oídos son los receptores de la vibración y, con ella, de la emoción. La sordera súbita no es un misterio. Es una condición del cuerpo emocional: una manifestación tangible de no estar abierta a recibir, de intentar cargarlo todo sola.
Este diagnóstico me llevó de vuelta a la niña de 14 años que perdió a su madre. Esa niña que sintió que no sobreviviría a semejante pérdida. La que vio su mundo derrumbarse y decidió no ser una carga para nadie. Juró que podía con la vida por su cuenta, aunque el miedo a las reacciones de los demás si pedía ayuda la aterraba. Esa niña sobrevivió.
Es asombroso cómo el dolor se queda, cómo encuentra formas de reaparecer. Han pasado tantos años desde que perdí a mi madre, y sigo aprendiendo de aquella experiencia.
La sordera me recuerda que ya no soy esa niña. Hoy, ella puede descansar. Puede dejar de sobrevivir, disfrutar, equivocarse, porque ahora soy yo quien la sostiene.
Entiendo ahora que no estudié Yoga Terapia ni Ayurveda para "salvar a otros". Lo hice para salvar a esa pequeña Dani.
Estoy desempolvando mi caja de herramientas y reordenando mis prioridades. Estoy suavizando cada parte de mí para que todo lo bloqueado pueda fluir.
Soy una persona predominantemente Vata, así que cuando hay desbalance, estos elementos son los primeros en afectarme. Mi oído, el receptor del viento y la vibración, no es una excepción.
Esto no es un misterio.
Al observar las capas de mi cuerpo, puedo identificar dónde hay deficiencias y cuáles no he nutrido. Tantas cosas que creía importantes resultaron ser insignificantes frente a lo que mi corazón realmente desea. No necesito salas de yoga llenas ni enseñar a pararse de cabeza. Eso no es lo esencial. Lo que necesitamos es comprender el mapa del cuerpo, darle lo que realmente necesita.
Yo necesito evolucionar. Abrir la puerta a toda mi oscuridad. Construir mi hogar. Ser madre. Acompañarme de quienes me aman.
Voy paso a paso. He diseñado mi protocolo de Yoga Terapia y Ayurveda:
Sé que Vata es frío, seco y volátil, así que evito el frío. Busco la quietud, pocos estímulos, contención, tierra, dulzura y vibración.
Mis mañanas empiezan con un automasaje ayurvédico, Abhyanga, y un té caliente con especias estabilizantes. Me miro al espejo mientras afirmo que escucho, que estoy sana, que mi oído se regenera. Luego realizo cinco rondas de Surya Namaskar, cada una acompañada de su mantra, para aumentar el flujo sanguíneo hacia mi oído. En ese momento, siento que escucho, y esa sensación de vibración me inunda de tranquilidad. Paso el día con más confianza y esperanza.
Por las noches, mi ritmo es más lento, con poca luz. Mi práctica principal ha sido Bhramari Pranayam con Kechari Mudra: una combinación que genera vibración en el cráneo mientras se coloca la lengua en el paladar. Este proceso estimula la producción de óxido nítrico, un gas que relaja los músculos, mejora la comunicación neuronal, fortalece las defensas, alivia el dolor y actúa como un ansiolítico natural.
Mis meditaciones son densas, liberadoras. Me sacan lágrimas que había guardado durante años, una verdadera purga.
Intento vivir mis días con más calma, sin correr a nada, aceptando todo como viene.
A veces los ruidos agudos me molestan, y llevo audífonos para protegerme del bullicio. Esto me ha hecho consciente de lo poco accesible que es este mundo para las personas con discapacidades: música a volúmenes absurdos, ruido constante, luces intensas, estímulos incesantes, y muy poca empatía.
En una consulta médica reciente, no percibí que una enfermera estaba a mi lado izquierdo. Sin darme cuenta, la golpeé al buscar mi billetera. Su mirada dura me atravesó. Le pedí disculpas, pero ni siquiera respondió.
Ya basta de ser así. Cada persona es un mundo. Todas estamos lidiando con algo.
Es hora de acercarnos al fuego, al calor del acompañamiento, de la escucha y la comprensión. Merecemos más que esta vida fría, volátil y solitaria.