EL MAPA DEL CUERPO Y LA ESCUCHA

Cumplo una semana desde que recibí un diagnóstico que me estremeció. Ha sido una sacudida que vino a desmoronar mi estabilidad de formas inesperadas. No lo vi venir, o quizás no quise verlo. Mi cuerpo llevaba tiempo anunciándolo, pero no lo escuché.

Reconocer esto es especialmente difícil para alguien que ha dedicado años a estudiar el cuerpo. El camino emocional que me trajo aquí ha sido un torbellino que despojó de mí todo lo que ya no encajaba.

Es como haber estado flotando en el mar, consciente de que las olas podían alzarse en cualquier momento, pero sin preocuparme demasiado. Hasta que llegó una ola inesperada, rompiéndome en mil pedazos.

Sentí miedo, lloré, grité, me enojé. Aún siento muchas de estas emociones, pero ahora trato de recibirlas con atención, cada una en su propio ritmo. No hay espacio aquí para superioridades morales; solo encuentro la brillantez cruda de mi vulnerabilidad. Por momentos, es como mirar directamente hacia una luz en un cuarto oscuro. Aquí estoy, recogiendo mis fragmentos, examinándolos, lijándolos, recortándolos, reacomodando todo lo que soy.

El viernes 15 de noviembre me desperté con el oído izquierdo tapado. Lo ignoré, pensando que bostezar o beber agua lo solucionaría. No fue así.

El sábado asistí a la boda de una amiga querida. Durante la ceremonia, alguien me susurró algo al oído izquierdo y no escuché nada. Tuve que girar la cabeza para oír con el derecho. Eso me asustó.

El ruido de la fiesta se volvió ensordecedor, pero actué como si nada. Por dentro, el miedo crecía. No dije nada y me aislé, mientras imaginaba que todos pensarían que era la más amarga de la fiesta.

El domingo me desperté escuchando aún menos. Y el lunes, justo cuando mi pareja partía a un viaje importante que llevábamos meses planeando, decidí ir al médico.

Lo peor que esperaba era algo grotesco, como los casos virales de objetos extraños en los oídos. Pero lo que me dijeron fue mucho más complejo: hipoacusia súbita, sordera repentina. Perdí completamente la audición en mi oído izquierdo.

La doctora me explicó que esta condición no tiene causas claras ni prevención. Solo ocurre, de forma imprevisible. Lo único que podía hacerse era iniciar tratamiento de inmediato: inyecciones de esteroides en el tímpano. Cada pinchazo, una mezcla de esperanza y resignación. Llevo cinco inyecciones en apenas una semana y media.

Los primeros días intenté ignorar lo que pasaba, como si fingir indiferencia pudiera hacer que desapareciera. Mentira. Mi cuerpo clamaba por atención, algo que no quise darle cuando el dolor en mi hombro izquierdo se volvió insoportable, ni cuando mi lengua quedó dormida por un mes. Mi cuerpo, al no ser escuchado, eligió desconectarme: me silenció.

Desde fuera, sigo siendo yo. Nadie notaría que he perdido la audición de un lado. Pero los sentidos moldean nuestra percepción, y no oír desde el lado izquierdo es como perder la capacidad de habitar plenamente ese hemisferio del mundo.

En medio de la crisis, descubrí una red de apoyo más grande de lo que imaginaba. Mi pareja canceló su viaje para volver a mi lado. Amigos cercanos, conocidos e incluso quienes creí lejanos, extendieron sus manos y palabras. Sus gestos me conmovieron profundamente.

Un amigo me recordó algo esencial: yo ya tengo el mapa. Aunque la medicina alopática me enfrenta a un misterio, mi experiencia en Yoga Terapia y Ayurveda me ofrece las claves. Es tiempo de aterrizar en mi propio cuerpo todo aquello que he enseñado a otros durante años.

Ahora me interno en el silencio que habita mi oído. Cierro los ojos y veo cómo la mitad de mi rostro está en penumbra, mientras la otra brilla con un amor profundo que, aunque extraño, apacigua mis miedos. En el vacío del lado izquierdo, un zumbido constante me acompaña, recordándome que la conexión con uno mismo puede ser incómoda, pero nunca inútil.

Es como estar al borde de un abismo. Y, sin embargo, no siento miedo. No salto hacia el vacío para perderme, sino para reencontrarme.

Esta es solo la primera de muchas entradas. Porque quiero ser escuchada. Porque necesito ser escuchada.

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